Sabrina Mooney
Es normal. Es normal sentirse inseguro hasta dentro de las propias paredes. Es normal esperar que un juez acepte una coima o un político un ‘incentivo monetario’ para su bolsillo personal. Es extremada y perfectamente normal que uno anticipe el impacto del caño frío y la voz desesperada pidiendo plata cuando se transita por las calles. Y es normal que quien nos apuntó de manera tan ‘light’ con un arma, salga impunemente por la puerta trasera de la comisaría más cercana. La Argentina está pasando por un periodo de narcotización en cuanto a la inseguridad y a la falta de protección jurídica.
El epicentro –la Babilonia si nos ponemos religiosos- es y siempre fue Capital Federal, pero ahora las placas se están equilibrando. Rosario se ve envuelta día a día en un manto de incertidumbre y desasosiego. Es la droga del decir que “esto es perfectamente normal” y hasta esperar el peligro lo que nos hace inmune al terror, aunque este esté presente segundo a segundo. ¿Hasta qué punto nos hemos convertido en el aliado más fiel de la inseguridad y el miedo?
Sin ir más lejos el 2002 tuvo como reinado a la monarquía de los secuestros. Era encender las noticias diariamente y ver como los dedos se cortaban, la piel se moreteaba por los golpes y los balazos se estrellaban contra los cráneos de las víctimas. Estas víctimas -privadas de su libertad- eran las caras de lo que reflejaba una sociedad insegura. No sólo se trataba de los delincuentes sino de un Estado que no protegía, de mandatarios que renunciaban a las semanas y dejaban un país aún más quebrado, tanto financieramente como en el espíritu. Un pueblo desprotegido, porque la Argentina siempre fue eso: un pueblo a la merced de la nada, un navío en medio de una tormenta constante.
La gente espera y desespera, no es para nada tonta: sabe cómo se manejan las cosas. Sabe que el juez sólo dictará sentencia a favor o en contra dependiendo de la cantidad de billetes que obtenga. Entiende que los ladrones salen por el costado de las cárceles, comprende que el miedo está presente y acepta convivir con él. La inseguridad no es sólo el crimen, el robar o el matar: es también el aceptarla. Es ampararla como parte de nuestra cotidianeidad y saber que –como siempre- lo peor todavía está por venir.
Y que vengan las pestes, el mosquito del dengue y la fiebre porcina. Que vengan que los esperamos, porque nosotros somos las víctimas. Argentina es la víctima constante, nosotros somos los secuestrados y el victimario es el miedo. Lo peor de todo es que decidimos mirar para el otro lado y narcotizarnos. Drogarnos con la sustancia alucinógena del “esto es normal, es natural”, porque la aberración de la verdad sería demasiado dura de tolerar.
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